LA GUATUSA




                                                   
Nuestro obsceno  símbolo del engaño                                                                                                                                                     
Pablo Antonio Cuadra






“Somos un pueblo mentiroso”, me decía mi viejo amigo Zapata (q.e.p.d.), uno de esos “pastores de hombres” -como les llamaban los griegos- “caudillos de mesnada”, en sus momentos de desengaño y despecho de sus compañeros. Muchas veces, con el tiempo y la experiencia, he recordado su frase. ¿Será la mentira uno de nuestros pecados nacionales? ¿Por qué el nicaragüense desconfía cada día más del nicaragüense? ¿Por qué hemos instituido, como una especie de animal totémico y de signo mágico en la heráldica de nuestros gestos, 

 la GUATUSA? La “higa” es un gesto universal injurioso o burlesco o despreciativo de probable abolengo fetichista. Sin embargo, entre nosotros ha adquirido una excesiva y sospechosa preeminencia y popularidad sobre el resto de nuestros gestos típicos. Le hemos dado nombre y oficio, y con un sentido mágico muy indio, hemos encarnado el gesto de un animal roedor, huidizo y equívoco. La GUATUSA es una indecente letra de mano (es interesante que SUSTITUYE a la palabra) para expresar, esencialmente el ENGAÑO. 



Es una expresión de falsedad y no hay hora del día ni conversación un poco agitada en que no aparezca el animalito como duende mimado de un pueblo mentiroso. Así se ha creado todo un lenguaje gestual: La señal se tiene en la bolsa -se esconde- en el rito del que engaña o miente. La señal se saca y vulgarmente se dice “tomá!” como rito del que no se deja engañar o del que no se traga la mentira. Hemos inventado el verbo “guatusear”. En fin, lo extraordinario es la amplitud del ámbito de significados que tiene este signo, este jeroglífico del engaño o de la falsedad, entre nosotros los nicaragüenses: en la política, en la economía, en el juego, en las relaciones sexuales, etc. Esto mismo nos revela que responde a un vicio generalizado, que somos guatuseros y que nos llamamos mutuamente “guatuseros” para eludir llamarnos mentirosos. Hemos inventado la guatusa para disfrazar una fea realidad: la MENTIRA, contra la cual siempre reacciona, desde lo más íntimo, la naturaleza del hombre. Y el mal, parece, que nos viene de largo: Hablando de nuestros indios, dice Gómara:

 
“Son animosos, astutos y FALSOS en la guerra”. Oviedo agrega: “e son muy crudos a natura e muy mentirosos”. El injerto de nuestros “guatuseros” indios (¿no comienza nuestra historia -después del sorprendente diálogo del Cacique filósofo y del Conquistador- con dos guatusas: la de Nicarao que dice sí y después ataca; y la de Diriangén con su fastuosa embajada y su regalo de quinientos chompipes y tejas de oro que no son más que engañosos preparativos de su violento ataque guerrero?), el injerto de la mentira, (solapada) del indio, con la mentira (exagerada) del andaluz, es lo que ha dado ese matiz especial al mentir nicaragüense -mentira casi siempre inclinada a la burla, como si la risa nos rescatara de la hipocresía- mentira como las mentiras del Güegüense, como las del ingenioso tío Conejo, como las de Chon Gago, como las de Menocal...? “Pueblo mentiroso”, decía Zapata. Y con qué razón! Somos mentirosos hasta con la mentira. 



La ocultamos, la mentimos bajo figura de animal: chompipe o guatusa. Y si es pequeña; la hacemos frutal: Guayaba. Pero, ¿cómo en tierras de poetas se rinde un culto cada vez más intenso al socavamiento de la Palabra? ¿Cómo puede ser la mentira, vicio de un pueblo tan directo, tan franco en su hablar? ¿No hemos dicho que el nicaragüense rehuye los eufemismos, dice al pan, pan y al vino, vino e incluso es mal hablado por no ocultar la cruda realidad ? Cierto. Pero es que la Palabra posee Dos cualidades intrínsecas: una, su relación con la realidad: en la Palabra existe, se da, se expresa la realidad. Dos, su relación con el “otro” con el prójimo, como signo dirigido a alguien: La palabra es también información, diálogo. Yo creo que el nicaragüense es leal con la primera cualidad de la palabra. En su relación con la realidad no engaña ni se engaña. Pero, en cuanto la palabra informa -en cuanto la palabra trasmite al “otro” algo- cuidado!... es allí donde salta no la liebre sino la guatusa. Hemos corrompido la palabra como vínculo, como comunicación. Si profundizáramos lo que significa esta corrupción de la palabra como relación humana, si nos metiéramos en la cueva de la guatusa viéramos cómo ha socavado la mentira nicaragüense todo nuestro edificio social y político. “Aquí nadie se entiende”, me decía, como síntesis de la situación actual, un joven político. ¿Se terminó el crédito de la palabra? Esta semana leí en la Biblia la historia de Babel. ¿Por qué se dispersaron los que cons-truían la orgullosa torre? -Por-que no se entendían. Al dispersarse y con el tiempo, nacieron las diversas lenguas, pero el hecho dispersador fue la corrupción de la palabra como diálogo. Babel es una torre de guatusas. 

Miguel Ángel escondió mensajes en la Capilla Sixtina
En el rostro del papa Julio II y tras él una pareja de niños


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